Lo que el tiempo se lleve que sea tanto como aquello que el tiempo nos dio, regalo inmerecido, dejando la memoria en la inocencia de la vida cumplida, porque nada hiere más y más hondo que el recuerdo: mientras dure una noche en la memoria, esa noche es la Noche y esa intensa memoria la Memoria.
Llévese el tiempo todo lo que quiera llevarse, porque todo fue suyo desde siempre.
Que desvanezca el tiempo el oro delincuente del amor y la imagen hermética de aquello que llamabas pasado —y era apenas ayer: la fugitiva edad de no tener edad para el pasado.
Edad de Baudelaire y de muchachas que adquirían nociones de la vida en las últimas filas de los cines y en esos viejos cines de posguerra convertidos en locales de baile que cerraban cuando el cielo quería amanecer. Amaneceres de domingo, volviendo a casa con un vaso aún en la mano y con tabaco extraño en el bolsillo, a esa hora en que abrían los cafés y las damas de caridad montaban mesas con carteles de niños moribundos.
Y era la muerta luz que amanecía la metáfora helada y la exacta ilusión de estar quemando las naves de la eterna juventud.
Pero en su coche fúnebre el tiempo iba admitiendo pasajeros.
Y las naves quemadas son ceniza, y muy poco de eterna tuvo la juventud.
Así que arrastre todo, que se lleve en su vértigo el tiempo la memoria, dejando un vacío perfecto en el pasado.
Porque todo recuerdo se acaba corrompiendo en el presente. Y este presente ya de poco va a servirnos.
De poco va a servirnos el saber que hubo un tiempo en que la vida valía su peso en oro.
Cuéntame cómo vives; dime sencillamente cómo pasan tus días, tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres y las confusas olas que te llevan perdido en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.
Cuéntame cómo vives; ven a mí, cara a cara; dime tus mentiras (las mías son peores), tus resentimientos (yo también los padezco), y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).
Cuéntame cómo mueres; nada tuyo es secreto: la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo); la locura imprevista de algún instante vivo; la esperanza que ahonda tercamente el vacío.
Cuéntame cómo mueres; cómo renuncias -sabio-, cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo, cómo acabas en nada y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.
La fortuna que herede a tu partida, no fueron perlas de nácar escogidas, me quede con cartulinas pintadas de niño, de mares profundos y cristalinos colmados de azulinos delfines de rudos y cansados pescadores echando sus redes desde sus navíos.
La fortuna que herede a tu partida no fueron esmeraldas engarzadas me quede con cartulinas pintadas de niño, con payasos de caras pintadas alegres y saltarines, de niños con grandes sonrisas de serpentinas, globos y golosinas.
La fortuna que herede a tu partida, no fueros rubíes radiantes, me quede con cartulinas pintadas de niño, de valientes vaqueros, montados en regios corceles, de piratas fieros y aventureros navegando en majestuosos galeones.
La fortuna que heredé a tu partida no fueron doblones de plata antigua me quede con cartulinas pintadas de niño, de gallardos caballeros de armaduras y pesados yelmos de magos, hadas y arlequines de dragones arrojando juego.
La fortuna que deja tu partida, no esta inscrita en testamento es legajo de amor y sosiego, es diáfana y la guardo celosamente como cura a esta profunda herida que heredé el día de tu partida.
Poema dedicado a su hijo fallecido a la edad de 13 años
En fin que no he vivido nada. No sé qué cosa es una guerra y tengo como prisión al cuerpo y alma como campo de batalla.
Me debato entre la duda de reflexionar o fluir; esto es situarse en el palco de los espectadores, o estar en cada íntimo instante del milagro.
Vivo de pedacitos, pero aspiro a la totalidad, es decir a Mozart y al poema que me redima y me revele los espacios absolutos y la nada.
Percibo de mí los sitios más secretos: la culpa, una tercera conciencia de las cosas, la dualidad del pensamiento, la ira pequeña por lo que ya ocurrió. Pero he vivido poco. Treinta años. Dos amores de piel y un querer abandonar esta espera que me señala la vida.
Anhelo la anarquía, el más tierno desorden del amor, la cábala los relojes de arena y una habitación sencilla.
Quiero tener un destino trazado de antemano, encontrarme con Dios y los abismos y no tener conciencia de la llama. Ser la llama misma y la aventura.
Pero vengo de soledades últimas, de conversaciones que nunca concluyeron, de espejos que me miraron desde la infancia hasta ahora, de abandonados armarios de caoba que fueron de tías o de abuelas remotísimas.
Cuán poco he vivido. No conozco la guerra. Y tampoco la paz. Me duele la orfandad, el desarraigo, el sentirme extranjera en cualquier sitio, el no pertenecer a una familia o a una patria.
No puedo narrar una batalla; ni hablar del hambre y de la peste, ni escribir la canción de algún soldado herido, ni hablar de mujer violada, ni decir cómo es un cementerio después de una llovizna.
Pero anhelo decir en el poema que la vida me conmueve, que respiro mejor cuando me entrego, que necesito amar de la manera más simple y primitiva. Me gusta la paz y la defiendo y la guerra cuando es justa, y el sabor de las mandarinas cuando llega el verano, que me gusta ser una y arraigarme en el cosmos, y sentir que mi vida palpita al mismo tiempo que la vida, aunque no haya vivido, aunque mi hambre sea de infinito, aunque no sepa expresar que por alguna razón precisa estoy aquí, a punto de vencer, a punto de morir, de vivir.
Conocí a Rafael hace poco tiempo en la Comunidad SalamagA y me sorprendió, una voz rota de esas que suelen engancharme y unas muy buenas canciones. Hoy les dejo Yo era Lennon un lujo para los adeptos del exbeatle.
Página personal de Rafael Quevedo:
http://www.myspace.com/rafaelquevedo
Espero que disfruten de tan entrañable autor, un saludo
IMAGINA, YO ERA LENNON.
Corrían los años sesenta y la segunda ciudad al este de la Isla era el mundo, eso era Santiago de Cuba para mi el mundo, y Ampliación de Fomento, mi barrio, su capital. Si amigos míos, en ese diminuto e imperceptible punto del mapa, con una temperatura de ampanga y un sabor poco común, comenzó todo para mí. No recuerdo por vía de quién, ni como, pues las comunicaciones con el exterior eran ciencia ficción, no entraba nada, pero esto se las ingenió y promovió la movida, sin diarios, revistas, tele o cine en el caso nuestro. Bloqueados desde afuera y cerrados a lo de "afuera" desde dentro, se instaló y se hizo carne en la pepillería, adolescencia de la ciudad, con toda su algarabía, sus gritos, su "Love Me Do", sus pelos, su "Help", sus jeans ajustados. ¡ Eran Los Beatles ! . Cómo no caer en la tentación de ser uno de ellos, si no había fiesta que se respetara en que no sonaran sus canciones; recuerdo que pegábamos el oído a la onda corta y sintonizábamos como se podía la BBC de Londres para escuchar lo último de los chicos de Liverpool, nunca olvidaré la primera vez de "Penny Lane" y la locura "Strawberry Fields Forever" o el "Obladi Obladá" que a mi ya en aquel entonces me sonó sonso ... así, en medio de esa ola de "susurros", pues como ya expliqué escuchar onda corta y canciones en inglés eran "desviación ideológica" llegaron las guitarras, y sin pestañear Chichi, Juani, Jorge y Rafelito se dieron a la tarea de armar el grupo, con María Elena de secretaria y el resto de las chicas del barrio nuestras adoradas fans.
Juani, hoy ingeniero en la batería, era Ringo, y ¡qué batería!, formada con libros de distinto grosor para dar el bombo, la caja, el tun tun. Los platillos de la batería eran la otra gran estafa, el otro show, pues eran cajitas de betún de lata. Jorge el Cole, hoy médico era George en una de las guitarras claro, y los que componíamos eran: Chichi, Lic. en Matemáticas -, dedicado hoy en cuerpo y alma a la música tradicional cubana, en el bajo como Paul, y por supuesto yo en la otra guitarra era Lennon. Un Lennon que exhibía unos quevedos de plata que eran de mi abuela Esperanza con un aumento que pa ´qué les cuento, lentes que me quitó el director de la secundaria Espino Fernández argumentando también lo de la desviación ideológica y que jamás devolvió; por supuesto esto no lo confesé en casa. Así en aquel entonces yo iba con el desenfado y la paz, el amor sin melena - sin pelo largo - por lo mismo de las canciones en inglés, los quevedos, la poli y el no poder entrar a clase con los pantalones ajustados.
Mil novecientos noventa y ocho fue el año del disco que no fue, "Juegos de Azar", pero en aquel entonces no lo sabía. Tenía ya cuatro años de residencia en la Argentina y la fruta estaba madura. El material del CD estaba listo, motivo por el cual la Revista "Acceso" con Juan José Jara a la cabeza ante la cantidad de presentaciones que se venían me hizo una larga entrevista donde hablé de casi todo, en especial de mis influencias y la trova cubana. Como fui portada de revista, amigos y enemigos me vieron, entre los amigos Rubén Valle –poeta, escritor, periodista- el más caro por ser el más cercano de mis amigos argentinos. Rubén me felicitó y me soltó al oído: esta entrevista debió llamarse "Yo Era Lennon"... y ahí, en ese instante, cual relámpago en tarde despejada comenzamos a hacer esta canción, con el Lennon de él y el mío, con el de todos y cada uno dentro, como el primero de la fila y el último soñador, con el pez en el anzuelo, la sed del pescador, siendo juez y parte, Venus y Marte bajo un mismo sol...Por supuesto yo, era Lennon.
Texto de la Canción
"Yo era Lennon"
Por supuesto yo era Lennon el que se acostaba con la paz... se acostaba, y era la guerra si la noche no se abría como una guitarra entre las piernas. Por supuesto yo era Lennon el profeta, el Quijote, el proxeneta las manos vacías, las musas llenas la boca en la boca de la trompeta. Por supuesto yo era Lennon el que no creía en nada sólo creía en las canciones pateando la calle, puteando a la Reina pasado de revoluciones revolución en la niebla. Por supuesto yo era Lennon la mitad de la estrella... la mitad el universo bajo cuerdas, la palabra desnuda vestida con el cuerpo de ella. Por supuesto yo era Lennon un pedazo de este infierno, dosis de tu veneno mágico y misterioso como un flash en el cabaret del cielo. Por supuesto yo era Lennon el que no creía en nada sólo creía en las canciones pateando la calle, puteando a la Reina pasado de revoluciones revolución en la niebla. El primero de la fila, el último soñador, el pez en el anzuelo, la sed del pescador, juez y parte, Venus y Marte bajo un mismo sol, imaginación, imaginación, imaginación. Por supuesto yo era Lennon el que se acostaba con la paz... se acostaba y era la guerra si la noche no se abría como una guitarra entre las piernas. Por supuesto yo era Lennon el que se acostaba con la paz... se acostaba
No entiendo tus palabras ni los goces que ofreces siempre para más tarde, siempre un poco más lejos, como una cena fría tras el castigo impuesto.
Sólo sé dar razón de aquí, de este momento, de tus labios frutales saliendo del invierno, de mis manos hambrientas rebuscando en el fuego, del sabor de tu espalda cuando empieza el deshielo.
Gocemos todo aquí, si puede ser ahora, lo presente y concreto, lo seguro y lo cierto, los placeres del alma con el cuerpo.
La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha. El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma. Vivo entre formas luminosas y vagas que no son aún la tiniebla. Buenos Aires, que antes se desgarraba en arrabales hacia la llanura incesante, ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro, las borrosas calles del Once y las precarias casas viejas que aún llamamos el Sur. Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas; Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito. Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros. Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso. De las generaciones de los textos que hay en la tierra sólo habré leído unos pocos, los que sigo leyendo en la memoria, leyendo y transformando. Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte, convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro. Esos caminos fueron ecos y pasos, mujeres, hombres, agonías, resurrecciones, días y noches, entresueños y sueños, cada ínfimo instante del ayer y de los ayeres del mundo, la firme espada del danés y la luna del persa, los actos de los muertos, el compartido amor, las palabras, Emerson y la nieve y tantas cosas. Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro, a mi álgebra y mi clave, a mi espejo. Pronto sabré quién soy.
Aquel temblor del muslo y el diminuto encaje rozado por la yema de los dedos, son el mejor recuerdo de unos días conocidos sin prisa, sin hacerse notar, igual que amigos tímidos.
Fue la tarde anterior a la tormenta, con truenos en el cielo. Tú apareciste en el jardín, secreta, vestida de otro tiempo, con una extravagante manera de quererme, jugando a ser el viento de un armario, la luz en seda negra y medias de cristal, tan abrazadas a tus muslos con fuerza, con esa oscura fuerza que tuvieron sus dueños en la vida.
Bajo el color confuso de las flores salvajes, inesperadamente me ofrecías tu memoria de labios entreabiertos, unas ropas difíciles, y el rayo apenas vislumbrado de la carne, como fuego lunático, como llama de almendro donde puse la mano sin dudarlo. Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros, de las primeras gotas en los árboles.
Aquel temblor del muslo y el diminuto encaje, de vello traspasado, su resistencia elástica vencida con el paso de los años, vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto, arena humedecida entre las manos, cuando otra vez, aquí, de pensamiento, me abandono en la dura solución de tus ingles y dejo de escribir para llamarte.
Del cordón umbilical de las preguntas sólo tira hacia afuera lo que quema, una apuesta sostenida, un color remoto y dócil que se fue. Perdimos incluso el rastro de la rabia en mundos insomnes. La noche y la humedad llenaron de polvo tu canto, y ahora acoges el pálido silencio que acerca el eco a lo sagrado. Más allá las palabras se cosen a la voz, las lenguas se visten con alientos que se desvanecen en espejos, pues la imagen del mundo espera aún en la zarza, con un nuevo asombro y un tiempo vacío.
Voy a verle en cualquier sitio, él pedirá un ron para mezclarlo con mis pupilas; yo, el crepúsculo. y me traerán una lágrima.
Voy a verle: a las seis de la tarde, cuando los combatientes repasan sus fusiles y los adúlteros se acuestan con mariposas; a las seis de la tarde, sin luna, cuando por los cines naufragan las divorciadas y los obreros comienzan a bañarse. A las seis, con temblor y relente, con bochorno, ciega como leche y sed, voy a verle. Azogue en su mano, una extraña, qué poco de suerte, subterráneo para reírme a carcajadas. Con un traje amarillo como si renunciara a la tristeza voy a verle.
Tendré cuidado no sea, que, al abrirme, estalle el sollozo Y comprenda que delinco.
Seré cauta, debo mentir: «adiós, alguien espera». y al levantarme con desdén y oro crecerán los pulmones donde le respiro y para que no muera del todo lo atraparé en mi verso.
Voy a verle -he dicho en la hermosura- mientras recupero el ala que no sirve y llueven los nísperos, divagan las márgenes rumorosas: voy a verle y nos desbaratábamos a besos y el libro se quedaba a medias y luego quién creía en los relojes si aquí se olvidó su boca del binomio de Newton.